Renunciamiento de Eva Perón22 de agosto de 1951En la
Asamblea Popular realizada en la avenida 9 de Julio, que se constituyó
en Cabildo Abierto del Justicialismo, Eva renunció ante el pueblo a la
candidatura a la vicepresidencia de la Nación. Excelentísimo señor presidente; mis queridos descamisados de la Patria: Es
para mí una gran emoción encontrarme otra vez con los descamisados como
el 17 de octubre y como en todas las fechas en que el pueblo estuvo
presente. Hoy, mi general, en este Cabildo del Justicialismo, el pueblo,
que en 1810 se reunió para preguntar de qué se trataba, se reúne para
decir que quiere que el general Perón siga dirigiendo los destinos de la
Patria. Es el pueblo, son las mujeres, los niños, los ancianos, los
trabajadores, que están presentes porque han tomado el porvenir en sus
manos, y saben que la justicia y la libertad únicamente la encontrarán
teniendo al general Perón al frente de la nave de la Nación. Mi
general: son vuestras gloriosas vanguardias descamisadas las que están
presentes hoy, como lo estuvieron ayer y estarán siempre, dispuestas a
dar la vida por Perón. Ellos saben bien que antes de la llegada del
general Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas,
habían perdido las esperanzas en un futuro mejor. Saben que fue el
general Perón quien los dignificó social, moral y espiritualmente. Saben
también que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria
todavía no están derrotados, y que desde sus guaridas atentan contra el
pueblo y contra la nacionalidad. Pero nuestra oligarquía, que siempre se
vendió por cuatro monedas, no cuenta en esta época con que el pueblo
está de pie, y que el pueblo argentino está formado por hombres y
mujeres dignos capaces de morir y terminar de una vez por todas con los
vendepatrias y con los entreguistas. Ellos no perdonarán jamás
que el general Perón haya levantado el nivel de los trabajadores, que
haya creado el Justicialismo, que haya establecido que en nuestra Patria
la única dignidad es la de los que trabajan. Ellos no perdonarán jamás
al general Perón por haber levantado todo lo que desprecian: los
trabajadores, que ellos olvidaron; los niños y los ancianos y las
mujeres, que ellos relegaron a un segundo plano. Ellos, que
mantuvieron al país en una noche eterna, no perdonarán jamás al general
Perón por haber levantado las tres banderas que debieron haber levantado
ellos hace un siglo: la justicia social, la independencia económica y
la soberanía de la Patria. Pero hoy el pueblo es soberano no
sólo cívicamente sino también moral y espiritualmente. Mi general:
estamos dispuestos, los del pueblo, su vanguardia descamisada, a
terminar de una buena vez con la intriga, con la calumnia, con la
difamación y con los mercaderes que venden al pueblo y al país. El
pueblo quiere a Perón no sólo por las conquistas materiales –este
pueblo, mi general, jamás ha pensado en eso, sino que piensa en el país,
en la grandeza material, espiritual y moral de la Patria-, porque este
pueblo argentino tiene un corazón grande y piensa en los valores por
sobre los valores materiales. Por ello, mi general, hoy esta aquí,
cruzando caminos, acortando kilómetros con miles de sacrificios, para
decirnos “presente”, en este Cabildo del Justicialismo. Es la
Patria la que se ha dado cita al llamado de los compañeros de la
Confederación General del Trabajo, para decirle al Líder que detrás de
él hay un pueblo, y que siga, como hasta ahora, luchando contra la
antipatria, contra los políticos venales y contra los imperialismos de
izquierda y de derecha. Yo, que siempre tuve en el general Perón
a mi maestro y mi amigo –pues él siempre me dio el ejemplo de su
lealtad acrisolada hacia los trabajadores-, en todos estos años de mi
vida he dedicado las noches y los días a atender a los humildes de la
Patria sin reparar en los días ni en las noches, ni en los sacrificios. Mientras
tanto ellos, los entreguistas, los mediocres, los cobardes, de noche
tramaban la intriga y la infamia del día siguiente, yo, una humilde
mujer, no pensaba sino en los dolores que tenía que mitigar y en la
gente a que tenía que consolar en nombre vuestro, mi general, porque se
el cariño entrañable que sentís por los descamisados y porque llevo en
mi corazón una deuda de gratitud para con los descamisados que el 17 de
octubre de 1945 me devolvieron la vida, la luz, el alma y el corazón al
devolverme a Perón. Yo no soy más que una mujer del pueblo
argentino, una descamisada de la Patria, pero una descamisada de
corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con
los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a
codo, corazón a corazón con ellos para lograr que lo quieran más a Perón
y para ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados
de la Patria. Mi general: aquí en este magnífico espectáculo
vuelve a darse el milagro de hace dos mil años. No fueron los sabios, ni
los ricos, ni los poderosos los que creyeron; fueron los humildes.
Ricos y poderosos han de tener el alma cerrada por la avaricia y el
egoísmo; en cambio, los humildes, como viven y duermen al aire libre,
tienen las ventanas del alma siempre expuestas a las cosas
extraordinarias. Mi general: son los descamisados que os ven a vos con
los ojos del alma y por eso os comprenden, os siguen; y por eso, no
quieren más que a un hombre, no quieren a otro: Perón o nadie. Yo
aprovecho esta oportunidad para pedir a Dios que ilumine a los
mediocres para que puedan ver a Perón y para que puedan comprenderlo, y
para que las futuras generaciones no nos tengan que marcar con el dedo
de la desesperación si llegaran a comprobar que hubo argentinos tan mal
nacidos que a un hombre como el general Perón, que ha quemado su vida
para lograr el camino de la grandeza y la felicidad de la Patria, lo
combatieron aliándose con intereses foráneos. No me interesó
jamás la insidia ni la calumnia cuando ellos desataron sus lenguas
contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegre íntimamente,
porque yo, mi general, quise que mi pecho fuera escudo para que los
ataques, en lugar de ir a vos, llegaran a mí. Pero nunca me dejé
engañar. Los que me atacan a mí no es por mí, mi general, es por vos. Es
que son tan traidores, tan cobardes que no quieren decir que no lo
quieren a Perón. No es a Eva Perón a quien atacan: es a Perón. A
ellos les duele que Eva Perón se haya dedicado al pueblo argentino; a
ellos les duele que Eva Perón, en lugar de dedicarse a fiestas
oligárquicas, haya dedicado las horas, las noches y los días a mitigar
dolores y restañar heridas. Mi general: aquí está el pueblo y yo
aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los humildes, a todos
los trabajadores, a todas las mujeres, niños y hombres de la Patria,
que en su corazón reconocido han levantado el nombre de una mujer, de
una humilde mujer que los ama entrañablemente y que no le importa quemar
su vida si con ello lleva un poco de felicidad a algún hogar de su
Patria. Yo siempre haré lo que diga el pueblo, pero yo les digo a los
compañeros trabajadores que así como hace cinco años dije que prefería
ser Evita antes de ser la esposa del presidente, si ese Evita era dicho
para calmar un dolor en algún hogar de mi Patria, hoy digo que prefiero
ser Evita, porque siendo Evita sé que siempre me llevarán muy dentro de
su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué más puede aspirar un ciudadano
o una ciudadana que al amor del pueblo argentino! Yo me siento
extraordinariamente emocionada. Mi humilde persona no merece el cariño
entrañable de todos los trabajadores de la Patria. Sobre mis débiles
espaldas de mujer argentina ustedes cargan una enorme responsabilidad.
Yo no sé cómo pagar el cariño y la confianza que el pueblo deposita en
mí. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón y queriéndolos a ustedes, que
es como querer a la Patria misma. Compañeros: Yo quiero que
todos ustedes, los del interior, los del Gran Buenos Aires, los de la
Capital, en fin, los de los cuatro puntos cardinales de la Patria, les
digan a los descamisados que todo lo que soy, que todo lo que tengo, que
todo lo que hago, que todo lo que haré, que todo lo que lo que pienso,
que todo lo que poseo no me pertenece: es de Perón, porque él me lo dio
todo, porque él, al descender hasta una humilde mujer de la Patria, la
elevó hacia las alturas y la puso en el corazón del pueblo argentino. Mi
general: si alguna satisfacción podría haber tenido es la de haber
interpretado vuestros sueños de patriota, vuestras inquietudes y la de
haber trabajado humilde pero tenazmente para restañar las heridas de los
humildes de la Patria, para cristalizar esperanzas y para mitigar
dolores, de acuerdo con vuestros deseos y con vuestros mandatos. Yo
no he hecho nada; todo es Perón. Perón es la Patria, Perón es todo, y
todos nosotros estamos a distancia sideral del Líder de la nacionalidad.
Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que me dan los
descamisados de la Patria, os proclamo, antes que el pueblo os vote el
11 noviembre, presidente de todos los argentinos. La Patria está
salvada, porque está en manos del general Perón. A ustedes,
descamisados de mi Patria, y a todos los que me escuchan, los estrecho
simbólicamente muy, pero muy fuerte, sobre mi corazón”.
|