DISCURSO
DEL CORONEL PERON DESPUES DE SER LIBERADO DEL CAUTIVERIO, FRENTE A MAS DE
DOS MILLONES DE TRABAJADORES QUE RECLAMBAN SU LIBERACION EN LA HISTORICA
PLAZA DE MAYO.
“Trabajadores:
hace casi dos años dije desde estos mismos balcones que tenía tres
honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el
primer trabajador argentino. Hoy a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado
mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello, he
renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspirar un
soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he
hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este
nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el
sagrado y honroso uniforme que me entregó la Patria para vestir la casaca
de civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el
trabajo y la grandeza de la Patria.
Por
eso doy mi abrazo final a esa institución, que es el puntal de la Patria:
el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esa masa grandiosa, que
representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República:
la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el
pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de
reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta
histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y
su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá
perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en
sentimiento y en número. Esta verdadera fiesta de la democracia,
representada por un pueblo que marcha, ahora también, para pedir a sus
funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero
pueblo.
Muchas
veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una
enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de
argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el
renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede
hacer grande e inmortal a la Patria. Hace dos años pedí confianza.
Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de
día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos
farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores,
quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa
sudorosa, estrecharla profundamente en mi corazón, como lo podría hacer
con mi madre. (En ese instante, alguien cerca del balcón le gritó: ¡un
abrazo para la vieja!) Perón le respondió: Que sea esta unidad
indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea una
unidad, sino para que también sepa dignamente defenderla. ¿Preguntan
ustedes dónde estuve? ¡Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil
veces por ustedes! No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y
fraternal a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono
con nuestros corazones desde todas las extensiones de la Patria. Y ahora
llega la hora, como siempre para vuestro secretario de Trabajo y Previsión,
que fue y seguirá luchando al lado vuestro para ver coronada esa era que
es la ambición de mi vida: que todos los trabajadores sean un poquito más
felices.
Ante
tanta nueva insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden lo
que hoy ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar,
ni merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser
querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal
recuerdo. Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden
trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad
de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad
de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa
masa en movimiento a cada uno de los tristes o descontentos, para que,
mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriótica
que son ustedes.
Pido,
también, a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño éste mi
inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por
este humilde hombre que hoy les habla. Por eso, hace poco les dije que los
abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos
dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá
sentido en estos días. Esperamos que los días que vengan sean de paz y
construcción para la Nación. Sé que se habían anunciado movimientos
obreros; ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por
eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo
y piensen. Y hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y esta única
vez, ya que no se los puedo decir como secretario de Trabajo y Previsión,
les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esa reunión
de hombres que vienen del trabajo que son la esperanza más cara de la
Patria.
He
dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que antes de
abandonar esta magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden
que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas
aquí y en la vida por los mismos obreros; y finalmente, recuerden que
estoy un poco enfermo de cuidado y les pido que recuerden que necesito un
descanso que me tomaré en el Chubut ahora, para reponer fuerzas y volver
a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto si es preciso.
Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos,
porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me
saca de la tristeza que he vivido en estos días.”